Formacion de Valores

Los Valores Primarios
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Comenzamos a tener valores cuando somos niños. Primero aprendemos a tener aprecio por las cosas que satisfacen nuestras necesidades básicas, pero valoramos especialmente a las personas que nos las proporcionan. Su comportamiento hacia nosotros se vuelve la principal referencia de lo que es valioso.

Por esta razón, nuestro carácter y personalidad se moldea con las actitudes y comportamientos de las personas que nos crían, bien sea los padres u otros familiares. Sus conductas tienen el principal peso de lo que después se convierte en nuestros principios y creencias personales más importantes.

Aprendemos a valorar el fondo y la forma de todo lo que ellos dicen y hacen, así como lo que dejan de decir o hacer. Cada gesto o comentario tiene una gran influencia en la formación de nuestro juicio y aprendemos también a diferenciar la teoría y la práctica de los valores. Esto último es lo que más nos marca.

Así que la consistencia y la coherencia en el comportamiento de nuestros padres es lo que le da solidez a nuestra formación. Si ellos hacen lo que dicen nuestra personalidad será más fuerte que cuando ellos no practican lo que pregonan.

Más adelante, cuando nos volvemos estudiantes, comenzamos a sentir presiones sociales y presión de valores diferentes a los nuestros, a través de la relación con otras personas. Se pone a prueba la fortaleza de los valores que formamos con nuestros padres.

Se suele confundir valores con hábitos, y muchos padres aspiran que el colegio forme los valores que no fueron formados en la casa. Eso no es posible, simplemente porque el colegio no satisface necesidades básicas de vida, esa es responsabilidad de las personas que nos crían.

Los maestros, líderes y modelos de valores en el colegio, tienen la posibilidad de reforzar lo formado en el hogar, pero no sustituirlo. Si las convicciones que se forman en la casa no son sólidas, pronto se verán expuestas a una intensa competencia social con otras creencias.

¿Por qué es tan difícil formar valores? Porque, a diferencia de las normas, los valores son convicciones.
Son comportamientos que decidimos con gusto y nos producen satisfacción. Las normas las podemos acatar a pesar de nuestra voluntad, pero los valores tienen el respaldo de nuestra voluntad. Hemos aprendido su importancia por los beneficios que nos producen, individuales y colectivos.

Las personas que en nuestras vidas tienen un rol de liderazgo son quienes nos transmiten más valores. Por eso no es casual que ellas sean nuestros padres, hermanos mayores, abuelos, ciertos familiares, maestros, compañeros estudiantiles que admiramos, profesores y jefes.

Pero para poder transmitir algo hay que poseerlo, y sólo se transmiten a través del ejemplo práctico cotidiano de las actitudes y conductas. Es muy poco probable formarlos con grandes explicaciones o a través de una lista de lo que se considera correcto o incorrecto. La memorización de sus significados teóricos no garantiza que los valores se pongan en práctica.



Juan Carlos Jiménez
El Valor de los Valores en las Organizaciones


La Relacion con los Padres

Al hablar de la actuación de los padres y la educación de los valores nos referimos ampliamente al tema del respeto que debería tener los padres hacia sus hijos. Sin embargo, no hemos estudiado el tema de cómo educar a los hijos para que respeten a sus padres. Y es importante porque los hijos tienen la obligación de respetar a sus padres toda la vida. Sólo tienen el deber de obedecerles mientras viven bajo el mismo techo. (También deben obediencia los menores qué están bajo su patria potestad, aunque no vivan en el domicilio paterno.)

A la vez, tienen que enseñar a sus hijos a respetarles. En este caso puede ser conveniente considerar si existe diferencia entre el respeto basado en la justicia y el respeto basado en el amor. Indudablemente, queremos conseguir que nuestros hijos nos respeten por amor, pero existe una diferencia entre el respeto por amor que pueden tener los hijos hacia algún amigo y el respeto hacia sus padres. Esta diferencia está precisamente en que sus padres han sido autores de sus vidas y, por tanto, tienen una autoridad por su misma calidad de padres. Los hijos deberían amarles. Principalmente por ser sus padres, no por sus cualidades específicas, como sería el caso de algún amigo. Por eso, no se puede hacer una distinción entre el respeto basado en la justicia y el respeto basado en el amor. Si se respeta únicamente por justicia, el respeto es incompleto, pero todavía más si se respeta únicamente por amor a las cualidades de la persona.

Para conseguir que los hijos desarrollen su respeto hacia los padres existe la posibilidad de actuar personalmente para conseguir resultados en relación con la propia persona o de actuar en favor del cónyuge. En algunas cuestiones será más fácil, más apropiado, ayudar a los hijos a conocer la situación real del cónyuge que resaltar la relación con uno mismo, aunque también se tratará de exigir a los hijos un trato adecuado hacia uno mismo para mantener la dignidad propia. Unos padres se encontraron con que su hija, todavía sin casarse, había quedado embarazada. En sí, el suceso les causó mucho dolor. Pero todavía más cuando otra hermana se enfadó con ellos acusándoles de ser responsables de la situación por no haber enseñado a su hermana a utilizar anticonceptivos. El dolor en esta segunda situación está causado por una falta de respeto inmenso. A veces, los hijos adolescentes creen que tienen el derecho de opinar y de hacer lo que quieren delante de sus padres. Pero actuar y decir cosas deliberadamente para que sufran o se enfaden los padres es una falta de respeto y habrá que exigir a los hijos para que les respeten, por lo menos, en el aspecto de no perjudicar. En situaciones conflictivas entre padres y adolescentes puede ser necesario decir con claridad al hijo que mientras esté bajo el mismo techo tienen la obligación de respetarles, obedeciéndoles, aunque no quieran, porque los padres siguen siendo responsables de ellos. Cuando ya alcancen su mayoría de edad, pueden dejar de obedecerles, pero no de respetarles.

Será difícil que los hijos aprendan a controlarse para no tratar mal a sus padres, a menos que los padres hayan mostrado con su ejemplo que ellos también respetan a sus hijos, buscando su bien. Y muchas veces los hijos no entienden que sus padres están actuando en bien suyo.

En estas ocasiones, el cónyuge puede explicar con claridad pero brevemente los motivos de la actuación del otro. No se trata de convencer. Los hijos tienen el derecho de recibir una información suficiente para saber que sus padres están actuando de acuerdo pon unos criterios que pueden suponer una mejora para ellos. Si no, no les será posible aceptar que estas" exigencias son justas y razonables. Pero, a continuación, deben respetar a sus padres y si no están de acuerdo con su decisión, incluso si creen que no es una decisión justa ni razonable, deben decírselo con delicadeza, intentando no herir y explicando los motivos para una decisión contraria o diferente.

En este sentido, podemos ver que cuando existe un cariño real entre padres e hijos el respeto es connatural porque los hijos dan, sin saberlo muchas veces, el valor debido a ser padres, y los padres el valor debido a ser hijos.

Para educar este cariño desde pequeños habrá que defender el papel de padre. Los padres pueden ser amigos de sus hijos pero la relación padre-hijo es más. El hijo espera de su padre que le exija, y seguramente no pondrá en duda su deber de respetar y obedecerle si el mismo padre no lo pone en tela de juicio. Y creo que esto es verdadero, aunque el ambiente de la calle no lo favorezca.

El hijo notará que su padre le exige porque le quiere, no por venganza, ni para molestarle, y exigirá a su vez una atención adecuada. Esto también es respetar porque está actuando para que la otra persona cumpla con su deber. Por eso, se dice que los padres educan a sus hijos pero también los hijos a sus padres. Se educan cuando existe respeto mutuo.

Por lo que hemos dicho, habrá quedado claro que no es posible desarrollar el valor del respeto sin amor. Pero no se trata de actuar o interpretar este amor, indiscriminadamente, sino de acuerdo con la condición y circunstancias de la otra persona. En cuanto se olvida de que el respeto supone creer en la posibilidad radical de mejora que tienen los demás, se acaba encasillando a la persona, limitándole y recortando las oportunidades que tiene para alcanzar una mayor plenitud humana y espiritual. Se trata de dejar de actuar cuando podemos perjudicar estas posibilidades de mejora. Se trata de actuar para beneficiar.

El respeto a los demás solamente es correcto sí lo hacemos por reconocerles hijos de Dios. El respeto hacia los padres es porque Dios ha querido que fueran nuestros padres. El respeto no es algo que se puede repartir de acuerdo con las cualidades de las personas con quienes se tiene contacto. Los demás -todos- tienen el derecho de ser respetados por nosotros. El modo de interpretar este respeto y vivirlo bien, en cada caso, será resultado de haber reconocido los derechos, la condición y las circunstancias reales de esas personas y a continuación actuar o dejar de actuar por amor.

Maribel Elena Morales de Casas
Chitré. Panamá
UNIVERSIDAD LATINA DE PANAMA. SEDE AZUERO


 

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